Un paseo cualquiera, una mañana cualquiera de un sábado cualquiera, en la avda de Colón. Cuando quiero despejarme, descansar y olvidarme un poco de todo, vacío mi mente y me doy una vuelta a ninguna parte. Contemplo la gente, sin pensar en nada. Solamente disfruto de sentirme vivo, viendo vida. Trajes de chaqueta con prisas; niños jugando sin miedo, sus madres intentando infundírselo; una pareja disfrutando de la vida; un cachorro apreciando el aroma de cada rincón; trabajadores ganándose el pan.
Y un chaval ciego. De mi edad aproximadamente. Delgado, atlético, pelo castaño, alborotado pero precioso, rostro sin defectos, piel clara y limpia, con vaqueros oscuros, un abrigo negro, y cristales que impiden verle. Iba solo. Se encontraba frente a una farola, sin dar un paso y sin intencion de darlo. Tan solo traqueteando con su bastón rojo en el suelo. Me quedé unos segundos observándole a lo lejos. Cuando me acerqué a él, me contestó que esperaba a que alguien le ayudara a cruzar la calle (pensaba que se encontraba en una esquina). Le tomé del brazo, le ayudé a cruzar la calle, y a llegar a su casa.
Realmente, quienes no ven, me dan lástima. Quienes no veian al chaval, me daban mucha lástima. Ciegos, que ni ven ni quieren ver, aplicando el dicho. Pensando yo esto mientras cruzábamos agarrados del brazo, al haberme quedado callado, preguntó:
-"¿Te pasa algo?"
No contesté. Le miré. Y le vi, detrás de los cristales. Nunca habia visto unos ojos tan claros. Una mirada que no se perdía en el vacío, como esperaba. Era una mirada impecable, capaz de ver más que unos ojos convencionales. Una mirada alegre, soñadora y despierta.
Tras llamar al telefonillo de su portal, se volvió hacia mí con una sonrisa ingeniosa:
-"Tú que ves tan bien... ¿el mundo está ciego o se ha vendado los ojos?"
Me contagió la sonrisa.
-"Nadie les ha enseñado a abrirlos"
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